Mi experiencia iniciática leyendo a Tolstói

Escritor, pedagogo, noble, anarquista y vegetariano

Luisa Ripoll Alberola
7 min readOct 2, 2023
Via OK Diario

Disclaimer: I am now working on the translation of this article into English. If you are an English speaker, wait patiently. Thanks!

Hace más o menos un año, la figura de Tolstói me cautivó. En el marco de la Feria del Libro de Madrid de 2022, fui con mi novio a una conferencia sobre el legado pacifista del autor. En ella intervinieron: Selma Ancira, traductora principal de Tolstói en la editorial Acantilado; Joaquín Fernández-Valdés, un joven que se había embarcado en el proyecto de una nueva traducción de Guerra y Paz para Alba Editorial; y Marta Sánchez-Nieves, también traductora y por entonces mi profesora de ruso, a quien tanto admiro por su filosofía de la enseñanza.

Yo pensaba que la conferencia simplemente trataría de transmitir cómo la inteligencia rusa de siglos pasados (y especialmente Lev Nikoláievich) habría estado en contra de la actual guerra ruso-ucraniana. Pero fue mucho más que eso. La posición pacifista de Tolstói no provenía únicamente de una posición política, sino de una profundísima sensibilidad.

Tolstói nació en el seno de la nobleza rusa pero murió convencidamente anarquista, por una pulmonía en un vagón de tercera clase como cualquier hijo de obrero. A pesar de que llegó a ser en vida el escritor más célebre de Rusia, se dedicó también en cuerpo y alma a la labor pedagógica, fundando escuelas rurales en las que aplicó su propio método de enseñanza, sostenido en tres patas: la educación formal, el trabajo manual y la educación emocional.

Pero lo que más me impactó realmente fue que, aún nacido en 1828, Tolstói se hizo vegetariano. Tras una visita al matadero de Tula, se le hizo insostenible alimentarse del sufrimiento de otros seres. Lo más llamativo para mí es que esta actitud no la adoptó por imitación, sino debida a sus propias conclusiones. Al final de su vida escribió para sus nietos el cuento “El lobo”. En él un niño, al que le encanta comer pollito, sueña que va paseando por el bosque y se encuentra con un lobo. Antes de comer, el lobo le dice: ¡vamos a conversar! El lobo le pregunta que por qué come pollos, “si están tan vivos como tú”, tras lo cual concluye “para mí, tú eres como uno de tus pollitos, así que ¡te voy a comer!”

Por el entusiasmo que produjo en mí el conocimiento de la vida poliédrica, contradictoria, de Tolstói, pretendo motivar brevemente su obra, para que algún lector pueda compartir (aunque sea momentáneamente) mi alegría.

Los dos temas nucleares de la literatura de Tolstói (y también de su vida personal) diría que son: la sensibilidad y la muerte. Ejemplificaré a continuación ambos temas mediante algunas de sus obras.

Después de esta ponencia, que me inyectó muchísimas ganas de leer todo Tolstói, empecé con las siguientes dos obras: Infancia, adolescencia y juventud (tres novelas cortas, de lo primero que escribió, con un toque autobiográfico) y Guerra y paz. Unas palabras de Joaquín Fernández-Valdés a propósito de “la belleza de la escena del baile de Natasha” en Guerra y paz fueron las que me hicieron empezar precisamente por esta obra monumental. ¿Qué entrañaría dicho momento?

Tolstói era una persona a la que todo le hacía llorar, como muestra precisamente el cómic recientemente publicado de Katia Gushina, 100 razones por las que lloró Tolstói. Este aspecto de la personalidad del autor es el que a mí personalmente me desborda y atrapa. Empatía desmesurada que empuja a llorar, llorar como un acto de comunión en la pesadumbre…

Este lloriqueo queda patente de un modo muy tierno en el protagonista de Infancia, adolescencia y juventud, Nikólenka. Infancia comienza con el llanto de Nikolái:

Me sentí enojado contra mí mismo y contra Karl Ivánovich [su preceptor]; tuve deseos de reír y de llorar: mis nervios estaban alterados.

— “Ach, lassen Sie, Karl Ivánovich” — exclamé con lágrimas en los ojos, asomando la cabeza por debajo de las almohadas.

Karl Ivánovich se sorprendió y, dejando en paz las plantas de mis pies, me preguntó qué me pasaba, si había tenido pesadillas… Su bondadoso rostro alemán y el interés que ponía en averiguar el motivo de mis lágrimas las obligaron a deslizarse más abundantemente. Me sentía avergonzado. (…)

Le dije que lloraba porque había tenido un mal sueño: había muerto “maman” y la llevaban a enterrar. Me lo había inventado, ya que no recordaba en absoluto lo que había soñado aquella noche. Pero cuando Karl Ivánovich, emocionado por mi relato, trató de consolarme y apaciguarme, me pareció que había tenido en realidad aquel terrible sueño, y las lágrimas fluyeron por otro motivo.

Nikólenka es capaz de llorar por un motivo, y en mitad del llanto cambiar el objeto de la tristeza. Pero el momento más conmovedor de esta colección quizá sea, cuando en Juventud, Nikolái decide, en un cándido impulso, hacer una lista de sus propias “reglas morales” con tal de enderezar su conducta.

El cuaderno en el que escribiera mis «Reglas para la vida» permaneció guardado bajo llave con el resto de mis anotaciones. La idea, sin embargo, de fijarme reglas para todas las circunstancias de la vida y seguirlas fielmente, me gustaba mucho, pareciéndome algo fácil de llevar a cabo, y al mismo tiempo me parecía algo grande. Nunca abandonaba la intención de ocuparme de ello, pero no encontraba jamás el momento propicio y siempre lo dejaba para otro día. Lo que me confortaba era que todas las ideas que me pasaban por la mente estaban comprendidas en una de las tres divisiones de las «Reglas y Deberes»: por el prójimo, por mí mismo y por Dios. «Anotaré todo esto — pensaba — , y además todas las ideas que se me vayan ocurriendo sobre el mismo asunto».

Esta sensibilidad moral aparece, no ya en novela sino en ensayo, en la obra póstuma El camino de la vida. En él propone una pedagogía para adultos, en concreto para la educación del proletariado. Tolstói escribió las reflexiones morales cortas que lo componen so pretexto de dar a conocer citas de numerosos pensadores, se leyera un fragmento cada día del mes y el lector trabajara en su perfeccionamiento moral día a día.

En obras más maduras como en Guerra y paz o Anna Karénina, la sensibilidad se orienta hacia aspectos existenciales, hacia lo misterioso. El conde Bezújov haciéndose masón, la nobleza de espíritu de Lyovin y Kitty ante el desamparado. También ante los matices de la personalidad y el pensamiento, como muestra la redondez del carácter de Anna Arkadievna.

La crítica literaria suele dividir la obra de Tolstói en dos etapas, marcadas por una crisis espiritual. Las obras anteriormente mencionadas pertenecerían al tiempo precrítico; la turbación apareció cuando Tolstói acababa Anna Karénina. Aunque esta división no es absoluta, sí que es verdad que permite agrupar ciertas obras, que se leen mejor juntas.

El libro que yo más encarecidamente recomiendo del autor es Confesión. En este ensayo corto, Tolstói explica las características y motivos de esa crisis que vivió durante varios años y que le impedían escribir. Es una obra de un humanismo tremendo, de una sinceridad apabullante, en la que se tratan desde el suicidio a la búsqueda de la Verdad en las ciencias y las religiones. Permite entender en profundidad muchos aspectos de la obra del autor, así como esclarece parlamentos oscuros y complejos de los personajes (principalmente en sus dos obras monumentales, que están plagadas de ellos).

En Confesión se plantea el tema de la inevitabilidad de la muerte: cuando uno es consciente de su propia muerte, no puede pensar en nada más. La cristalización narrativa de este tema es La muerte de Iván Ilich.

Mientras en Guerra y paz y Anna Karénina existe el tema común de la crítica a la nobleza rusa, a un sistema en decadencia ante el éxito del capitalismo europeo, en La muerte de Iván Ilich dicha crítica se vuelve demoledora. Ya no es una cuestión de mera frivolidad, de pasar el tiempo ociosamente viviendo sin consecuencias, sino que a un noble también le va la vida en vivir y encontrar sentido. ¿Qué sentido tiene el honor, el ascenso social, cuando se va a morir uno prontamente?

También de esta época espiritual son Resurrección, El evangelio abreviado y El reino de Dios está en vosotros. En estas obras, Tolstói se cuestiona incesantemente los dogmas del cristianismo, estudia en profundidad las escrituras y escribe a propósito de ellas. Plasma así su producción filosófica, que no puede entenderse sin el influjo de la religión, aunque no comulgue enteramente con la doctrina cristiana y ejerza una actitud radicalmente crítica.

Siempre se ha querido comparar a Tolstói y Dostoyevski, existiendo la pregunta implícita: ¿cuál de los dos es mejor? Es claro que es una cuestión absurda, aunque las diferencias en su obra funcionan como en un claroscuro.

Mientras Fiódor Mijáilovich es mucho más complejo de leer (más árido, pero filosóficamente más original), Lev Nikoláievich es para mí un refugio ontológico. Tolstói no rechaza a nadie que le lea con apertura de corazón, y se siente un poco un abrazo ante lo existencial.

Leer va más allá del acto de la lectura y del objeto-libro: se puede leer allí donde hay código. Leemos personas, situaciones, leemos nuestra propia vida. Por eso la lectura trasciende. Leer a Tolstói me revela cómo quiero leerlo yo todo: tal y como él lee mis anhelos.

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