La reminiscencia

Luisa Ripoll Alberola
3 min readAug 13, 2020

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Aprender de los recuerdos.

The Gate (2000), David Hockney

Hay cosas que me ha enseñado el colegio cuando he salido de él. Es curioso el poder que ejerce el tiempo en el proceso de aprendizaje. Ciertas enseñanzas se aprenden solas, pero a posteriori.

Sí que en parte es por la asimilación del cerebro de rutas neuronales. Esto lo he hablado mucho con Bea. Un ejemplo: ensayando un acorde. No sale al primer ni al tercer día, pero dejas de tocar la guitarra una temporada, y cuando vuelves sale mucho mejor. Bea dice que para ello es importante dormir bien. Que el sueño fija las cosas. Nueve horas de pegamento.

Ahora, a mis 20 años, me acuerdo de cuando me leí Cien años de soledad. Era verano, hacía calor, leía mucho. La edición era antigua, de cuando mi madre iba al colegio. Y ahora vivo una superposición de cuandos; más que el tiempo cíclico que plasma García Márquez, son como capas. Porque asociado también está el recuerdo de cuando en Lengua y literatura nos explicaban que en los años 60 esta novela prendió furor. Los años en los que era la más leída y comentada en los círculos universitarios, en los que se hacía reportaje preguntando a cualquier estudiante que qué pensaba sobre Aureliano Buendía, cuando un clásico tuvo la fama que se merecía. Y así se queda un párrafo lleno de cuandos, y no he vivido más de la mitad.

El año pasado, a mis 19, leía como Soledad Montoya lloraba zumo de limón en Romancero gitano y volvía a acordarme de mi profesora: Anabel rememorando cómo un día soñó que se bañaba en zumo de limón, mientras nos explicaba la riqueza de las metáforas de la Generación del 27. Le envié un correo contándoselo. Le hizo ilusión. Realmente Anabel no esperaba que un alumno se acordara de ella. Ser profesor es transitorio.

Y así, casi todos los libros que leo algunas veces, los leo porque los di en clase, me los mencionaron allí, de manera leve -porque un libro no se conoce por el estudio más que por la lectura-, esperando por favor y con rezos que nadie leyera esos libros que realmente eran tan interesantes y encerraban tantas cosas veladas a nosotros los jóvenes, pero de los que solo se nos mencionaban los títulos. No estoy hablando tanto del Libro del buen amor, como de los libros que dimos en cuarto de la ESO, plan de estudios delicioso, en los que se hablaba mucho de hispanoamericana. Gabriela, Alfonsina, Blanca, Juan, Antonio, Isabel, Ángeles.

No sé de qué otros profesores y lecciones me acordaré, porque aún no los he recordado, pero espero que sigan reapareciendo. Aún no los he aprendido.

Porque creo que es el tiempo el que, al final, enseña, y son los profesores solo sus instrumentos. Porque es muy real esto que dijo Platón de que “aprender es recordar”, y sin una vivencia que ocurriera en un pasado presente y sin un pensamiento que ocurra en un presente futuro no puede llevarse a cabo dicho recuerdo, ni dicho aprendizaje. No sé si esto es traer los recuerdos cuando son un estímulo necesario. Tampoco sé si es reminiscencia.

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