Carta 4: Ese cuadro de Maruja Mallo

Un fragmento de una carta entera.

Hola Juan,

(…) El caso. Subiste un cuadro de Maruja Mallo que me cautivó muchísimo. Se llama “Canto de las espigas”, de un conjunto llamado “Religión del trabajo”. Yo de Maruja en el Reina Sofía solo había visto un cuadro de una parranda y ni siquiera estoy segura de que fuera de ella.

El cuadro es perfectamente litúrgico, por lo que tiene a la vez de luminoso y de inquietante. ¿En Ciudad Real tienes acceso al mundo rural?

Maruja Mallo pintó una idea que siempre me vuelve: la de la fuerza que tienen ciertas deidades / divinizaciones primitivas. Con “ciertas” me refiero a dos especialmente: la fertilidad y el trabajo agrícola. Sobre todo, pienso en la fuerza metafórica del trabajo agrícola.

No sé si por su dureza física o por su lejano origen, pero tiene una potencia simbólica inmensa. El hombre, la mujer, los hijos, la familia, agachados para trabajar la tierra que serán (y por ello son). Y en la mesa se come la miseria, lo de todos los días porque el estómago no se acuerda, el mismo sabor amargo en la boca, de tierra que no puede tragarse.

No trato de romantizar la pobreza, porque eso ha sido así y ha sido duro, para el homo medieval más que ahora por supuesto, pero nada -ni el signo de los tiempos- es capaz de suavizar su sufrimiento intrínseco.

Y a la vez el campesinado ha tenido siempre un secreto, porque lo tocó en el campo. Y no tiene conciencia de que sea un secreto porque el campo se lo dijo siempre desde que nació a cada trabajador de la tierra. Y todos son conocedores de ello: sin saber quién soy yo y sin conocerme, son conscientes de todas mis cadenas. De mi austeridad, como de todas las austeridades. De mi muerte, como de todas las muertes.

Y no sé por qué esto solo lo sabe el del campo y no todo aquel que sufre. Por eso le tengo tanto respeto al pequeño agricultor.

No sé qué te hace pensar a ti. Me alegro de haberte escrito esta carta porque nunca lo había verbalizado.

Mucha esperanza,

Luisa Ripoll