Carta 3: Bodas de sangre

Luisa Ripoll Alberola
3 min readOct 1, 2020

--

Dibujo de Federico García Lorca, vía Pinterest

Hola Marta,

Cuánto me alegro de poder volver a escribirte. Significa que las cosas han cambiado: que vuelvo a estar en Madrid, en mi nuevo piso (compartido con Juanan y con Jorge, un amigo de Alicante) y vuelvo a tener mucho, mucho espacio. Todo el que necesito.

Ayer mismo fui a ver Bodas de sangre, con mi amigo Dani y sus amigos del colegio. La obra me encantó, y como me dijiste que es de tus favoritas, voy a hacerte mi pequeño análisis. Me hizo pensar mucho, tanto mientras la veía como a posteriori.

Bodas de sangre se escribe en 1935, y a mí me parece la culminación estética del imaginario de Romancero gitano, que lo busqué y fue escrito siete años antes. Creo que solo podía acabarse un conjunto de ideas tan complejo precisamente así: en teatro. Dotando a los conflictos de dinámica, de realidad, y nutriendo aún más el impacto visual de sus imágenes con la escenografía. Bodas de sangre es una metáfora que se sale del papel. Es una dramatización de la poesía. Como comprenderás, a partir de ahora también es de mis tragedias preferidas, aunque apenas he visto diez.

La obra sigue el ritmo del romance, incluso en los fragmentos de texto que no riman. Tan enfática, tan expresiva (que creo que es una de las principales características del andalucismo que retrata). Me habría encantado verla con actores andaluces. Tiene líneas que son joyas, y de hecho la adaptación que vimos repetía un pasaje tres veces, en tres momentos distintos, y aún así no se hacía bola.

Una cosa que me encanta es que la obra está plagada de premoniciones, de referencias a la muerte, lo cual va empujando la acción (y al espectador con ella) al clímax. El mismo Lorca destacaba la presencia constante de la muerte en la cultura gitana cuando introducía el “Romance de la pena negra” en su conferencia-recital:

La pena de Soledad Montoya es la raíz del pueblo andaluz. No es angustia, porque con pena se puede sonreír, ni es un dolor que ciega, puesto que jamás produce llanto; es un ansia sin objeto, es un amor agudo a nada, con una seguridad de que la muerte (preocupación perenne de Andalucía) está respirando detrás de la puerta.

La idea más innovadora que introduce la obra, para mí, es el tratamiento de los sentimientos de culpa y de venganza.

(Esto seguramente tiende a la sobreinterpretación; no pretendo que este sea un análisis riguroso, sino explicarte cómo la he vivido yo y cómo una manifestación cultural ha podido afectarme tanto y enseñarme tanto).

La obra está plagada de culpas:

Después de mi casamiento he pensado noche y día de quién era la culpa, y cada vez que pienso sale una culpa nueva que se come a la otra, pero ¡siempre hay culpa!

¿De quién es la culpa? A mí me parece que Lorca logra algo maestro: despersonalizar la culpa. La culpa no es de nadie, o es de todos. La culpa es parte de la vida: de nuestros apetitos, de nuestra manera de relacionarnos en sociedad, de instintos, pasión, voluntad… No miente Leonardo cuando clama: “Yo no tengo la culpa, que la culpa es de la tierra”. En estas líneas yo leo que la culpa es mucho más original que algo que se le pueda atribuir a alguien. ¿Acaso tiene Leonardo la culpa de amar?

Con la venganza transmite algo parecido. Analicemos los personajes: está la matriarca, a quien le han matado el marido y un hijo, y no se ha vengado, aunque piensa a menudo en la familia del asesino y le entran ganas de matar. Por otro lado está su hijo vivo, el novio, presentado como el inocente. La madre ha sido buena cristiana y no ha matado a nadie cuando tenía deseo de hacerlo. Pero su hijo, que se iba a casar, acaba muerto. Como si se estuvieran vengando de ella, y no al revés, como sería “justicia”.

Así, parece que quien se venga finalmente es la vida, harta de violencia, hacia quien no lo merece. Ahí reside el tono trágico de la historia. ¿Tiene sentido que sea así? A mí me hace concluir que la vida no entiende de venganzas. Que la vida está por encima de las dinámicas humanas. Me parece súper revelador.

¿Tú qué piensas?

Mucha esperanza,

Luisa Ripoll

--

--