Carta 1: Sobre la maldad en mi mundo

Luisa Ripoll Alberola
3 min readJun 22, 2020

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Fotografía de Romain Jacquet-Lagrèze, vía instagram.

Hola Juanan,

Te escribo esto porque lo necesito. Me acaba de decir Marta Michans que le encantaría que subiera mis tontadas a Medium, y a lo mejor le hago caso, aunque ya sabes que me da cierto reparo, porque el público, en mi escritura, tiene poco que hacer.

Pero hoy he visto a Elena y a Marta la otra Marta y he pensado. Creo que no quiero de la mejor forma, y eso explica por qué trato siempre con cautela el tema de la preservación de la esfera privada: porque tengo el miedo irracional de que pueda desaparecer.

Este miedo, paradójicamente, nació cuando mi intimidad no existía. Al menos no de un modo incólume. (Gracias Raúl Breaker por enseñarme ayer esta palabra. No pensé que fuera a necesitarla tan temprano.)

Dudo incluso que exista ahora.

Me encanta citar a Hannah Arendt con esto de “la maldad” y recalcar que EL MAL ES BANAL. Sí que es cierto muchas veces, pero ¿lo es siempre? Andreína hace un par de días me dijo que no. Que hay quien deliberadamente hace mal y se siente mejor, que no todo es circunstancial, y pensándolo, las causas del mal pueden ser muy radicales, tanto que pueden relacionarse con el subconsciente, con nuestros traumas, etc, etc. No sé si Arendt dijo ya estas cosas. Seguramente las tuvo en cuenta. Hace poco leí un artículo sobre la violencia instrumental, pero poco más. La conozco por referencias y ya la admiro.

Parece que en algunos casos el mal nos tranquilice. Cuando me siento querida por alguien, tiendo a tratarle peor. A lo mejor no se nota externamente, pero yo internamente sí me doy cuenta. Si siento que estoy mal, necesito exteriorizarlo, y quien lo paga es quien más me cuida. Siempre me digo lo bien que mimo mis amistades… cuando estoy bien. ¿Y cuando estoy mal?

Ahora mismo me siento un ser de los demás. En parte es cierto, pero por otra creo que coarta mi propio desarrollo. Tengo que volver a vivir la independencia que nunca viví para aprender a lidiar con mi mal yo sola y no querer arrastrar conmigo a otros. Me he acostumbrado a hacerlo así (a apoyarme mucho en personas externas) por las amistades tan geniales que tengo alrededor, y podría ser dañino si cambiaran las circunstancias y me viera dolida, sola y desorientada.

Siento que esto lo sufres un poco tú. Mey también lo sufrió: hubo un momento en el que sentía que no trataba a Mey como se merecía, con cierto desdén, con lo importante que es para mí. Lo atribuí a la envidia. Ahora sé a qué se debe.

Quería dedicarte a ti la primera carta porque no estoy acostumbrada a escribir sabiendo que cualquiera puede leerme, y escribirte a ti me tranquiliza. La intimidad solo puede tratarse si se rompe. Es muy político. Espero que “sirva” a alguien. Del verbo servir.

A lo mejor debería leer más reflexiones del mal y la maldad. El mal me interesa por cercano.

Debería dejar de minusvalorarme. Lo hago a ratos.

Necesito terapia y algo más.

Esta no la acabaré con mi característico “Mucha esperanza”.

Luisa Ripoll

Alicante, miércoles 17 de junio de 2020

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